Depresión, la otra pandemia que ataca al personal de salud dedicado a covid-19


Por: Blanca Juárez


“Valeria, ¿cómo estás?”. La primera vez que hablamos fue en abril del año pasado, apenas iba a comenzar lo más difícil de la pandemia de covid-19. “Yo ya sufría depresión y ansiedad, pero este año se me agudizaron. Llego a un punto de la guardia en el que siento que no puedo más, me bloqueo. Trato de que salga adelante, pero es como un martirio, siento que no acaba, la siento eterna con tantos pacientes”, narra.


Valeria Mendoza es médica residente en un hospital de la Secretaría de Salud (SSa) federal, en la Ciudad de México. En este momento, donde ella se encuentra, en cada guardia hay dos residentes para 40 personas afectadas por el coronavirus. De ellas, 16 están intubadas.


“En terapia intensiva, en épocas no covid, había un residente para máximo tres pacientes. Es mucha la carga de trabajo y el estrés emocional que vivimos”, me dice con una voz que yo recordaba diferente. No es sólo que suena ligeramente ronca, es que su tono confirma su estado anímico. El año pasado concedió una entrevista para El Economista.


Era la primera semana de la Jornada Nacional de Sana Distancia, que duró hasta finales de mayo. En ese momento el gobierno federal llamaba al confinamiento voluntario por el aumento de casos y, sobre todo, por el incremento de hospitalizaciones.


“Temo no tener la fortaleza física y mental para soportar lo que viene. Pero temo más a contagiarme por no tener el equipo básico”, me confió aquella vez. Lo del equipo de protección se resolvió, dice.


Lo que ahora se enfrentan es la escasez mundial de medicamentos para pacientes. También al agotamiento acumulado y a un nuevo repunte de casos.


En mes y medio la médica general terminará su residencia y se graduará como internista. Pero, al menos un año más, seguirá atendiendo a pacientes de Covid-19. Sus planes profesionales y personales cambiaron por completo.


Se necesitan refuerzos

El 18 de diciembre la SSa anunció que la Ciudad de México y el Estado de México volvían a semáforo rojo. El 24 de diciembre, el director del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), Zoé Robledo, lanzó la “Operación Chapultepec”. Hizo “un llamado a la solidaridad” de personal de medicina y enfermería para que viajaran a esas dos entidades y a Baja California, donde se necesitaban refuerzos.


Alrededor de 600 respondieron al llamado. “Nosotros lo resentimos como tres semanas antes. Llegaron más pacientes y más graves; y los sedantes, analgésicos y dispositivos para suministrar oxígeno comenzaron a escasear”, agrega Valeria Mendoza.


El midazolam, fentanilo y propofol, utilizados para sedar a las personas intubadas, han llegado a cuentagotas, señala. “Sería inhumano que estén despiertas, sienten que se ahogan y tienen dolor por el tubo en su garganta”.


Su preocupación es también porque si llegaran a faltar los medicamentos podrían ser acusados de negligencia o maltrato.


La semana pasada el Sindicato Nacional de Trabajadores del Seguro Social (SNTS) difundió un video en el que personal del IMSS pide a la población a quedarse en casa y evitar la propagación de la enfermedad.


“Estamos cansados física y emocionalmente (…) Entrañables amigos doctores han muerto en manos del virus, en el cumplimiento de su deber”, narran.


Al 28 de diciembre, a nivel nacional, había 2,397 fallecimientos por covid-19 entre el personal de salud, según la SSa. Los casos de contagios confirmados eran 182,246, además de otros 36,906 sospechosos.


La capital del país y Estado de México ocupan los primeros dos lugares de muertes y contagios.


El IMSS le ha otorgado un bono económico a 161,807 personas que trabajan en atención a esta enfermedad. Pero el personal de la SSa federal no ha contado con ese reconocimiento.


La salud mental del personal médico

“Estamos en burnout. Algunos compañeros toman ansiolíticos o antidepresivos. Otros no han buscado ayuda; pero me han contado que lloran de la nada y sin poderse contener.


Yo los veo, sé identificar los síntomas y sé que lo que tienen es depresión”. Valeria Mendoza había sido diagnosticada con esa condición antes de la pandemia.


“Por eso supe que estaba empeorando y tomé cartas en el asunto”. Cambió de psiquiatra a una con alta espacialidad en depresión, quien le ajustó el tratamiento.


“Es muy difícil trabajar en este contexto de salud mental. Sentimos desánimo y la gente piensa que no nos importan los pacientes”. Generalmente cubre el turno de la mañana, seis horas. Luego sigue otro: dar informes a las familias vía telefónica.


“Y no sé qué es más cansado”. Además de explicar el parte médico, debe sensibilizarlas sobre la posibilidad de la muerte, sobre todo si su familiar tiene un respirador artificial. En terapia intensiva, el personal de salud se ha habituado en cierto modo a los fallecimientos.


“Nos entrenamos para no sentirlo tan personal, pero nunca nos habían tocado cuatro o cinco defunciones a la semana. Quizá en el fondo me está impactando, en este momento no lo sé”.


El 28 de febrero termina su último año de residencia médica, de un total de cuatro. “La parte académica fue mínima, tuvimos clases por Zoom, pero donde realmente se aprende es en la práctica hospitalaria”.


De la covid-19 conoció mucho, pero debía haberse formado en otros temas y visitar otros hospitales.


“Al menos tuve tres años de otro aprendizaje. Pero los que llegaron el año pasado sólo han visto esto y es lo que verán por mucho tiempo”. Hasta hace unos meses su plan era continuar sus estudios y tener la subespecialidad en endocrinología.


“Por ahora los hospitales se enfocan en el coronavirus, así que lo pausaré. Entraré a trabajar y será atendiendo a pacientes de covid-19. Las plazas que se están abriendo son para eso nada más”.